A veces
siento que todos buscamos enamorarnos perdidamente de alguien. Pero no nos
gusta expresar tal necesidad al extremo por eso preferimos mirar con ojos
desconfiados a cualquiera que se digne a tirar un piropo.
Nos
escondemos debajo de ese falso duro y frío corazón. Aunque no defino bien para
que lo hacemos. Si es por evitar que nos lastimen como alguna vez o porque
perdimos el coraje que nos da enamorarnos.
Pienso
que sentir el amor te tiene que traer esos altibajos de querer extirparte un
pedazo de cuerpo para solo sentir ese dolor y luego estar encima de una nube
con exquisitas delicias que probar. Sentir amor es que Dios te toque el hombro
unos segundos y más tarde que el diablo se divierta con vos.
Entonces
nos arrastramos por conseguir aquello tan digno y a la vez lo rechazamos por el
después. La mayoría del tiempo elegimos mirar hacia otro lado así desterramos
el hecho de que en un tiempo vamos a soltar lágrimas por separarnos.
Incluso
aquellos que confían en que existe su otra mitad en algún lugar del planeta son
indecisos con tirarse a la pileta sin revisar el nivel del agua.
Volvimos
al amor un sentimiento para estar precavido, casi como una enfermedad. Analizamos
cada situación y hacemos experimentos previos a la verdadera relación sin
darnos cuenta que cuando tenemos que optar por un sí o un no estamos hasta el
cuello de amar.
Los que
estamos en medio de la sensación apasionante y somos felices, tenemos un mini vértigo
en la boca del estómago que nos dice caminar con precaución. Se nos acelera el
corazón por la adrenalina; el hilo de pensamiento que nos lleva a que todo puede
terminar en un segundo.
Es
verdad… todo tiene fecha de expiración pero no podemos estar siempre esperando
que eso llegue. Sería como tener miedo de morir y entonces no salir nunca de tu
casa. Si hay algo por lo que es meritorio sufrir, es por amar y todos sus daños
colaterales.